Este año he decidido no ver Eurovisión. Me he negado conscientemente a dar audiencia a la UER (Unión Europea de Radiodifusión). Considero profundamente hipócrita su postura: vetar la participación de Rusia por la invasión de Ucrania, mientras permiten sin pestañear que Israel participe, en pleno contexto de masacres y desplazamientos en Gaza. Peor aún, han llegado a amenazar a comentaristas y delegaciones que osen mencionar el genocidio que se está llevando a cabo. ¿Neutralidad política? Por favor.
Es importante recordar que Eurovisión nunca ha sido solo un concurso musical. Su dimensión política ha estado presente desde el inicio. Se ha utilizado tanto para limpiar la imagen de dictaduras como para lanzar mensajes de denuncia. Por ejemplo, en 2007, Ucrania participó con la canción “Lasha Tumbai”, aunque originalmente se titulaba “Russia Goodbye”. La UER obligó a cambiar el título y el enfoque porque el mensaje era demasiado evidente. Y eso que el reglamento “prohíbe” mensajes políticos.
Y aquí me viene a la cabeza una reflexión incómoda, pero necesaria: ¿te imaginas que ganara un país que no respeta los derechos humanos? ¿Que utilizara su maquinaria estatal para influir en los votos? Pues no hace falta imaginarlo. No solo lo hace Israel: España ya lo hizo. Fue en 1968, cuando la dictadura franquista movió todos los hilos posibles para asegurarse la victoria de Massiel con su “La, la, la”. Aún hay quien se sorprende de que Israel use este festival como herramienta propagandística… pero lo cierto es que esto no es nuevo. Es parte del ADN político de Eurovisión desde hace décadas.
Otro punto que muchos olvidan: no es el país el que participa, sino la televisión pública del país. Así que cuando se veta a una delegación, se está tomando una decisión política directa. Se hizo con Rusia, y puede que haya razones legítimas, pero entonces ¿por qué no se hace con Israel? ¿Será casualidad que una de las principales empresas patrocinadoras del Festival, Moroccanoil, sea israelí?
Sobre el televoto, tampoco hay mucho misterio. No me sorprende que Israel haya recibido tantos votos del público. Cuando tienes recursos, puedes contratar call centers con cientos de líneas de teléfono que votan en masa. Dado que el volumen de votaciones reales no es tan alto como se cree, este tipo de manipulación se vuelve relativamente fácil y efectiva. ¿Resultado? Imagen blanqueada con fuegos artificiales.
Puedo hablar con cierto conocimiento de causa: durante cuatro años formé parte de la delegación de Andorra. He visto desde dentro cómo funcionan las delegaciones, las relaciones, los favoritismos. En el caso de la delegación israelí, siempre ha contado con un trato preferente. Son los únicos que tienen permiso para llevar personal armado al festival. Sí, agentes del Mosad dentro del evento, algo que nunca se permitiría a ningún otro país.
Respecto al contenido artístico de este año, reconozco que he visto solo cuatro actuaciones: Austria (la ganadora), España, Suecia y una más de pasada. Empezando por Suecia, me parece una canción insípida, y que haya quedado cuarta es, en mi opinión, excesivo. No transmite nada nuevo. España me gustó más: Melody tiene una gran voz y defendió bien el tema, pero la canción me pareció bastante plana, poco arriesgada.
Y finalmente, la gran ganadora: Austria. ¡Qué emoción ver esa actuación! JJ, el cantante de origen filipino, lo hizo magistralmente. La puesta en escena era impactante, cuidada, parecía un videoclip en directo. Una propuesta moderna, bien producida y con presencia. Aunque no he visto el resto de candidaturas, me parece una victoria merecida.
Eurovisión me sigue fascinando como fenómeno cultural y televisivo. Pero no puedo mirar hacia otro lado cuando la organización que lo sostiene actúa con cinismo, favoreciendo intereses geopolíticos disfrazados de entretenimiento. Ya no es posible separar música y contexto cuando hay vidas humanas en juego.