De la basura a la energía: Suecia frente a un cambio de modelo

De la basura a la energía: Suecia frente a un cambio de modelo
foto: Daniel Aragay

Suecia es conocida desde hace décadas por su innovador sistema de gestión de residuos, en el que gran parte de la basura doméstica termina convertida en calor y electricidad en lugar de acumularse en vertederos. Este modelo de waste-to-energy (valorización energética de residuos) ha sido considerado ejemplar en Europa, logrando que menos del 1% de los residuos municipales suecos terminen enterrados. Sin embargo, en los últimos años Suecia está replanteando este enfoque: emergen críticas ambientales, nuevas políticas buscan reducir la incineración y se impulsan medidas para fomentar más reciclaje y prevenir la generación de basura desde el origen. En este reportaje analizamos la evolución histórica de este sistema, cómo alcanzó su estatus modélico, los datos actuales de energía generada y residuos incinerados, las críticas que enfrenta y las iniciativas recientes que marcan un cambio de rumbo hacia un futuro más sostenible y circular.

Contexto histórico: de los vertederos a la energía en Suecia

La apuesta de Suecia por aprovechar los residuos como fuente de energía tiene raíces que se remontan a mediados del siglo XX. Ya en la década de 1940, durante el periodo de reconstrucción y auge urbanístico posterior a la Segunda Guerra Mundial, el país comenzó a desarrollar redes de calefacción urbana (district heating) alimentadas centralmente. En lugar de que cada vivienda tuviera su propia caldera, se construyeron plantas de generación de calor centralizadas conectadas a edificios mediante kilómetros de tuberías. Inicialmente esas plantas funcionaban con combustibles fósiles, pero pronto Suecia exploró incinerar basura doméstica como alternativa para generar calor.

A partir de los años 1970, con la crisis del petróleo y una creciente conciencia ambiental, Suecia expandió notablemente la capacidad de incineración de residuos urbanos con recuperación energética. El objetivo era doble: por un lado, reducir la dependencia de combustibles importados (carbón, petróleo) aprovechando un recurso local abundante – la basura –; y por otro, solucionar el problema de los vertederos. Históricamente, los desechos sólidos acababan en basureros a cielo abierto o rellenos sanitarios, con los conocidos impactos negativos: malos olores, contaminación del suelo y agua, emisión de metano y otros gases de efecto invernadero. Suecia se propuso erradicar los vertederos gradualmente. De hecho, implementó medidas pioneras como prohibir el vertido de ciertos residuos: desde 2002 está prohibido enviar a vertedero basura combustible (residuos que arden, como plásticos, papel, madera) y desde 2005 también los residuos orgánicos biodegradables. Estas prohibiciones forzaron a encontrar soluciones alternativas para gran parte de los residuos que antes simplemente se enterraban: reciclar más y, para lo que no se pudiera reciclar, incinerar y recuperar su energía.

Gracias a estas políticas y a importantes inversiones en plantas de incineración modernas, Suecia transformó su panorama de residuos en pocas décadas. Pasó de depender de vertederos a un sistema integrado donde la mayor parte de la basura tiene una segunda vida: ya sea como material reciclado o como energía útil. Veamos cómo funcionó este modelo y por qué llegó a ser visto como un ejemplo a seguir.

Un modelo ejemplar en Europa: incineración con energía y “cero vertederos”

A comienzos del siglo XXI, Suecia había consolidado un sistema de gestión de residuos prácticamente libre de vertederos. Menos del 1% de los desechos municipales suecos terminan en enterramiento final, una cifra asombrosamente baja comparada con la mayoría de países. En lugar de eso, Suecia recicla o valoriza energéticamente casi el 99% de su basura. Esta hazaña se logró combinando altas tasas de reciclaje (separación y recolección eficiente de papel, vidrio, metales, plásticos, materia orgánica, etc.) con la incineración controlada de la fracción no reciclable para producir electricidad y, sobre todo, calor para la calefacción urbana.

El resultado es que la basura en Suecia prácticamente desaparece a ojos vistas: lo que no se recupera materialmente se quema en instalaciones especializadas llamadas plantas de “waste-to-energy”, generando energía útil. Hacia 2015, Suecia ya incineraba alrededor del 50% de sus residuos municipales, proporción que en años recientes ha superado ligeramente ese valor (en 2020 llegó al ~60% debido a nuevos métodos de cómputo). Este equilibrio – mitad reciclaje, mitad conversión a energía – permitió al país alcanzar la meta de casi cero vertederos antes que nadie en Europa. Por comparación, la media de la Unión Europea aún tenía cerca de un 25% de los residuos en vertederos a mediados de la década de 2010, y países como España rondaban el 50% de vertido en esa época. Suecia, junto a sus vecinos escandinavos, demostraba que era posible otro camino.

En cuanto a infraestructura, el país cuenta con un parque nacional de incineradoras de primer nivel. Actualmente operan unas 34–35 plantas de valorización energética distribuidas por todo el territorio, algunas ubicadas cerca de centros urbanos importantes. Estas instalaciones están dotadas de tecnologías modernas de control de emisiones (filtros para partículas, sistemas para neutralizar gases ácidos, captura de metales pesados en las cenizas, etc.), lo que minimiza la contaminación local del proceso. De hecho, países como Suecia o Dinamarca suelen argumentar que sus incineradoras cumplen estándares ambientales muy estrictos, haciendo que el impacto en la salud pública sea despreciable en comparación con los antiguos incineradores o con los vertederos tradicionales. Gracias a esta avanzada tecnología, la incineración moderna en Suecia logró desprenderse en buena medida del estigma de chimeneas humeantes y aire tóxico que la gente asociaba al quemar basura décadas atrás.

Otro factor clave en el éxito sueco es la conciencia ciudadana y la logística de residuos. Desde los años 90 rige en Suecia el principio de responsabilidad del productor: las empresas que fabrican o importan productos deben encargarse de su recogida y reciclaje una vez usados. Esto derivó en eficientes sistemas de recolección separada: contenedores diferenciados cerca de viviendas, centros de acopio en barrios para residuos especiales, un popular sistema de depósito y retorno de envases (el “pantamera” para botellas PET y latas que hablaremos más adelante en este blog), entre otras iniciativas. En pocas palabras, los suecos crecieron habituados a separar sus residuos y a devolver muchos materiales al ciclo productivo. Así, la basura que llega a las plantas de incineración es principalmente aquella fracción residual que no pudo evitarse ni reciclarse.

Finalmente, un aspecto muy divulgado del modelo sueco es que incluso importa residuos de otros países. Sorprendentemente, conforme Suecia mejoró su capacidad de aprovechar la basura, empezó a quedarse sin suficiente basura doméstica que quemar. Las incineradoras tenían más apetito energético del que la población local podía saciar. Según la Agencia Sueca de Protección Ambiental, en años recientes Suecia ha importado en torno a 2–2,5 millones de toneladas de residuos al año de otros países. Principalmente provienen de vecinos europeos como Noruega, el Reino Unido e Irlanda. Estos países, en lugar de pagar por ver su basura acumulada en vertederos propios, pagan a Suecia para que la utilice como combustible. Es un arreglo visto como beneficioso para ambas partes: los exportadores se libran de residuos de forma más limpia, y Suecia obtiene combustible extra para sus plantas, cobrando además tarifas por el servicio (lo que se traduce en ingresos económicos). De esta manera insólita, la basura se convirtió en un bien de mercado internacional: un recurso energético más que Suecia intercambia, igual que otros comercian con carbón o gas.

Planta de incineración moderna
foto: SYSAV

Planta de incineración con recuperación de energía en Malmö (Suecia). Este tipo de instalaciones convierte cada año cientos de miles de toneladas de residuos no reciclables en electricidad y especialmente calor para calefacción urbana.

Gracias a todos estos elementos – legislación ambiental pionera, tecnología, cultura ciudadana y hasta importación de desechos – Suecia fue alabada como un modelo a imitar. Muchos titulares internacionales señalaban que “Suecia recicla el 99% de su basura” o que “Suecia se quedó sin basura y ahora importa la de otros”, subrayando el éxito aparente de su estrategia. De hecho, otras naciones europeas siguieron sus pasos: hoy existen cerca de 500 plantas WtE en Europa que incineran unos 96 millones de toneladas de basura al año, en países desde Alemania y Holanda hasta España o Polonia. La propia Unión Europea, a través de sus directivas, empujó a reducir drásticamente el vertido y muchos vieron en la valorización energética una herramienta para conseguirlo. No obstante, esta historia de éxito también tiene sus claroscuros. A medida que la urgencia climática gana protagonismo y que la economía circular se impone como meta, el modelo sueco enfrenta críticas y comienza a adaptarse a nuevos tiempos.

Energía de la basura en cifras: cuánto se incinera y cuánto se produce

Para entender el peso real de la incineración de residuos en el sistema energético sueco, vale la pena repasar algunos datos recientes. Cada año, Suecia incinera varios millones de toneladas de residuos en sus plantas WtE. Sumando residuos domésticos, comerciales e industriales (incluyendo los importados), en 2023 se trataron mediante incineración alrededor de 8 millones de toneladas de desechos en el país. Solo la fracción de basura doméstica (residuos municipales de hogares) representó unos 2,5 millones de toneladas incineradas – aproximadamente el 56% de todos los residuos domésticos generados ese año. El restante 44% se recicló materialmente (incluyendo compostaje o digestión de orgánicos), y apenas un 1,5% acabó en vertedero controlado. Estas proporciones confirman que, efectivamente, más de la mitad de la basura de los hogares suecos termina convertida en energía.

Si sumamos la parte de residuos comerciales e industriales (por ejemplo, residuos voluminosos, escombros no reciclables, lodos secos, etc.) y los residuos importados de otros países, la contribución de estos “combustibles” incrementa la cantidad total incinerada. En 2023, cerca del 70% de todo lo procesado en las plantas provenía de residuos no domésticos (industriales o importados), frente a un 30% de residuos domiciliarios. Esto indica que la capacidad de incineración sueca sigue excediendo sus residuos nacionales, obligando a seguir importando aproximadamente 2,2 millones de toneladas de basura extranjera en 2023 para operar óptimamente las plantas. Aunque esa cifra de importación es ligeramente menor que en años anteriores (cuando rondaba 2,5 Mt), Suecia continúa actuando como gestor regional de residuos en el norte de Europa.

¿Y qué se obtiene a cambio de quemar toda esa basura? Principalmente energía térmica para calefacción y algo de electricidad. Las plantas WtE suecas están integradas en las redes de district heating de las ciudades: aprovechan el calor de la combustión para calentar agua, que luego circula hacia los radiadores y grifas de agua caliente sanitaria de cientos de miles de hogares. En 2019, por ejemplo, la energía recuperada de los residuos supuso cerca del 35% del total de la calefacción urbana del país, aportando alrededor de 17,8 teravatios-hora (TWh) de calor. A esto se sumaron unos 2,7 TWh de electricidad generados al accionar turbinas de vapor con el calor excedente. En conjunto, esos ~20–21 TWh anuales equivale aproximadamente al consumo eléctrico de 1,5 millones de personas, o en términos más ilustrativos: las plantas de incineración suecas suministran calor de calefacción a unos 1,4–1,5 millones de viviendas y proveen electricidad a alrededor de 800.000–900.000 hogares. Para un país de 10 millones de habitantes, es una contribución nada despreciable en calefacción (vital en los fríos inviernos escandinavos), aunque relativamente pequeña en electricidad (Suecia obtiene el grueso de su electricidad de fuentes bajas en carbono como la energía hidroeléctrica, nuclear y eólica).

En términos de eficiencia energética y ambiental, las plantas suecas maximizan el uso del contenido energético de la basura. Tras la combustión, quedan cenizas y escorias que representan solo alrededor de un 2% del peso original de los residuos incinerados. Estas escorias, a menudo, se aprovechan también: pueden emplearse como material de relleno en obras o extraer metales reciclables de ellas. Así, prácticamente nada de la basura incinerada termina desperdiciándose completamente. Además, se suele argumentar que generar energía de esta forma evita quemar equivalentes fósiles. Según datos de Avfall Sverige (la Asociación Sueca de Gestión de Residuos), la energía generada anualmente con residuos equivale a ahorrar unos 1.500 millones de litros de petróleo que se habrían necesitado para producir la misma cantidad de calor. Este cálculo resalta la visión de los residuos como recurso energético local que ha imperado en Suecia.

No obstante, detrás de estas cifras impresionantes, empezaron a surgir interrogantes: ¿qué impacto real tiene este modelo en el medio ambiente, especialmente en el clima? ¿Sigue siendo sostenible importar basura indefinidamente? En la siguiente sección revisamos las principales críticas que han surgido hacia la incineración de residuos, a medida que las prioridades ambientales evolucionan.

Las críticas al modelo: huella de carbono, contaminación y dependencia

Aunque el sistema sueco de convertir basura en energía se presenta a menudo como una solución win-win, diversas voces han señalado sus puntos débiles y efectos negativos. Las críticas actuales se centran en varios aspectos:

1. Huella de carbono y contribución al cambio climático: La incineración de residuos emite dióxido de carbono (CO₂) y otros gases de efecto invernadero. Si bien al quemar basura orgánica (restos de comida, papel, madera) el CO₂ liberado se considera biogénico (parte de ciclos naturales de carbono), una porción importante de lo que se quema son materiales plásticos y otros derivados fósiles. El plástico, por ejemplo, proviene del petróleo; al incinerarlo, se libera CO₂ de carbono fósil que llevaba millones de años atrapado bajo tierra. En Suecia, este es un problema relevante: se estima que más del 90% de las emisiones de CO₂ de las plantas de incineración provienen de plásticos en los residuos. Las cifras nacionales ilustran la magnitud: en 2019 la incineración de residuos representó alrededor del 6% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de Suecia. Para 2023, con la electricidad y calefacción aún más descarbonizadas, la quema de residuos llegó a constituir cerca del 80% de las emisiones de todo el sector eléctrico y de calefacción sueco. Esto ha puesto bajo escrutinio la compatibilidad del modelo con las metas climáticas: Suecia aspira a ser un país neutro en carbono en 2045, y seguir emitiendo CO₂ por incinerar basura (principalmente plásticos) choca con ese objetivo. En resumen, los críticos argumentan que “quemar plástico en plena emergencia climática es una locura”, enfatizando que, por muy eficiente que sea la planta, incinerar residuos fósiles no deja de alimentar el cambio climático.

2. ¿Incinerar desalienta reciclar? Otro reparo frecuente es que la disponibilidad de incineradoras masivas puede desincentivar la reducción y el reciclaje de residuos. Si una ciudad tiene la “solución fácil” de quemar la basura para obtener energía, podría invertirse menos esfuerzo en campañas de reducción de residuos, en mejorar la separación doméstica o en desarrollar mercados para materiales reciclados. Es el fenómeno que algunos describen como “una vez construyes la bestia, debes alimentarla”. En Suecia, aunque el reciclaje es alto, ha habido preocupación porque el exceso de capacidad incineradora (un 21% por encima de la oferta doméstica de basura) ejerza presión para desviar incluso residuos reciclables hacia la combustión. Desde Noruega, por ejemplo, autoridades han criticado que las incineradoras suecas compiten por residuos a bajo precio, lo que “debilita el reciclaje al quemar residuos que podrían reutilizarse” y además genera tráfico de camiones y emisiones adicionales por transportar basura internacionalmente. En esencia, se teme que el modelo de negocio de las incineradoras –necesitando toneladas constantes de desechos– sea incompatible con un futuro de “residuo cero” donde la prioridad es no generar basura y reciclarla toda.

3. Dependencia de residuos importados: Relacionado con lo anterior, la práctica de importar basura de otros países si bien ha funcionado hasta ahora, podría no ser sostenible a largo plazo. Si el resto de Europa mejora sus propios sistemas de reciclaje y reducción de residuos (como es la meta de la UE), la “competencia” por la basura aumentará y la importación podría encarecerse o escasear. Además, hay una cuestión de ética ambiental: algunos cuestionan que países ricos como Suecia se beneficien importando residuos de otras naciones en lugar de ayudarlas a invertir en soluciones locales. Existe el riesgo de que la infraestructura incineradora sueca quede sobredimensionada si la oferta de residuos –domésticos e importados– disminuye en un escenario ideal de economía circular. Ya se ha visto algo parecido con los residuos textiles: una nueva normativa europea que obliga a recoger la ropa usada por separado (en lugar de tirarla a la basura normal) hizo que en 2025 Suecia recolectara 60% más textiles de un año a otro. Como el país aún no tiene suficiente capacidad local para reciclar o reutilizar tanta ropa, ha tenido que exportarla para su tratamiento, e incluso en algunas zonas remotas han seguido incinerando textiles por falta de opciones mejores. Esto muestra que cuando cambia el flujo de residuos, la dependencia en soluciones de quema puede llevar a cuellos de botella y desafíos imprevistos.

4. Emisiones tóxicas y contaminantes locales: Si bien las plantas modernas controlan muy bien la polución, siempre existe algún nivel de emisiones de sustancias nocivas: óxidos de nitrógeno (NOx), trazas de dioxinas, partículas ultrafinas, metales pesados en cenizas, etc. En Suecia estas emisiones están reguladas y se reportan dentro de norma, pero grupos ecologistas piden más transparencia. Recuerdan que en países con menos recursos, incinerar sin controles adecuados ha causado problemas de salud, y que incluso en Europa a veces se infringe la normativa o no se reportan incidentes. En Suecia y Dinamarca, comunidades cercanas a incineradoras suelen ser de nivel socioeconómico medio/alto (lo que contrasta con otros países donde suelen ubicarse en zonas desfavorecidas). Aun así, preocupa la exposición crónica a contaminantes. En resumen, mientras haya chimeneas, habrá emisiones, y algunos preferirían eliminar la causa raíz (no quemar) que confiar eternamente en la tecnología para eliminarlas del todo.

5. La incineración no es circular: Por último, una crítica conceptual es que el modelo de incinerar es antinómico con la economía circular que promueve la Unión Europea. En una economía verdaderamente circular, los materiales se mantienen en uso el mayor tiempo posible mediante reutilización y reciclaje, reduciendo al mínimo los residuos finales. Quemar residuos destruye los materiales y puede verse como una forma de desperdicio de recursos valiosos, aunque se aproveche su poder calorífico. Por ejemplo, cada tonelada de plástico incinerado es material que no se recicló en nuevo plástico, perpetuando la necesidad de producir más plástico virgen (con la consiguiente huella de carbono). Los críticos reconocen que siempre habrá residuos no reciclables que quizá deban destruirse por seguridad o porque ya no se pueden valorizar de otro modo; pero sostienen que la porción incinerada debería ser mucho menor que la actual. La UE de hecho ha llamado a “minimizar la incineración” y priorizar claramente prevención, reutilización y reciclado en la jerarquía de residuos. Desde Bruselas se han retirado apoyos financieros a nuevas incineradoras y se discute incluso incorporar la incineración al mercado de carbono (ETS) para encarecer sus emisiones. Todo esto refleja un cambio de visión: lo que antes se veía como solución verde innovadora (quemar basura para energía) ahora se reevalúa con mayor escepticismo frente a la crisis climática y los objetivos circulares.

En síntesis, Suecia ha recibido elogios pero también crecientes cuestionamientos por su modelo de quema de residuos. Estas críticas han calado tanto en la opinión pública sueca como en las autoridades, llevando a ajustes importantes en las políticas más recientes, que veremos a continuación.

Nuevas políticas suecas: menos incineración, más reciclaje y prevención

Con el telón de fondo de estas críticas, Suecia ha comenzado en años recientes a redireccionar su estrategia de gestión de residuos. El énfasis ahora está puesto en reducir la cantidad de residuos incinerados, impulsar aún más el reciclaje y, crucialmente, prevenir la generación de basura desde el origen. Varias políticas y cambios regulatorios ilustran este giro:

– Impuestos y costos a la incineración: En 2020, el gobierno sueco introdujo por primera vez un impuesto específico a la incineración de residuos (125 coronas suecas por tonelada, unos 12 euros) con la intención de desincentivar este destino en favor del reciclaje. Sin embargo, esta medida resultó polémica y de corta vida. Las empresas del sector y algunos municipios argumentaron que encarecía la gestión de residuos sin ofrecer alternativas claras, e incluso podía empujar a exportar basura a países vecinos. Finalmente, a inicios de 2023 se abolió el impuesto a la incineración. La justificación para eliminarlo fue que no había reducido significativamente el volumen incinerado pero sí complicaba las inversiones en plantas (además, en el contexto de crisis energética europea 2022, Suecia valoró la contribución de estas plantas para calefacción). A pesar de este vaivén fiscal, el debate dejó un mensaje: la incineración ya no goza de intocable estatus preferente y podría enfrentar gravámenes u otras trabas en el futuro si se considera necesario para cumplir objetivos ambientales.

– Metas más ambiciosas de reciclaje: Como miembro de la UE, Suecia está obligada a cumplir nuevas metas de reciclaje de residuos municipales: 55% para 2025, 60% para 2030 y 65% para 2035. Esto implica que la proporción destinada a incineración deberá bajar desde el ~56% actual a quizá en torno al 35–40% en 2035 si se logran las metas. Para conseguirlo, se han lanzado iniciativas que faciliten y amplíen la recogida separada. Por ejemplo, desde enero de 2024 la responsabilidad de recolectar envases y papel de embalaje pasó en gran medida a los productores, bajo un nuevo esquema nacional. Anteriormente existían contenedores de reciclaje en puntos de barrio gestionados por FTI (una organización de la industria), pero ahora las empresas productoras –reunidas en una entidad llamada Nämnsam (NPA)– deben garantizar una recogida “cercana a la propiedad”: es decir, más comodidades para que los ciudadanos reciclen sus envases sin tener que desplazarse lejos. Esto debería elevar las tasas de recuperación de materiales (sobre todo plásticos y metales que estaban quedando rezagados). También se han multiplicado campañas para educar en separar correctamente residuos, buscando disminuir lo que por error termina en la bolsa de basura general y luego en la incineradora.

– Recogida obligatoria de orgánicos y otras fracciones: Otro frente es asegurar que menos materia orgánica llegue a la incineración. Los restos de comida y jardines, si se queman, aportan poca energía y podrían usarse mejor produciendo biogás o compost. La UE dispuso que antes de 2024 todos los municipios debían implementar recogida separada de biorresiduos, y Suecia ya venía avanzando en esto durante la última década. Aún así, en 2021 solo un 42% de los residuos alimentarios se reciclaban vía tratamientos biológicos, por lo que queda margen de mejora. Del mismo modo, a partir de 2025 será obligatoria la recogida separada de residuos textiles en toda la UE. Suecia se ha anticipado y varias ciudades empezaron programas piloto de recolección de ropa usada, aunque como vimos la infraestructura de reciclaje textil está en desarrollo. Estas medidas pretenden desviar materiales específicos lejos de la incineración para revalorizarlos de forma más ecológica.

– Prevención y responsabilidad ampliada: Quizá lo más importante es el foco en no generar basura inútil desde el inicio. Suecia, alineada con la estrategia de economía circular, está discutiendo medidas para reducir residuos en origen: prohibiciones a ciertos plásticos de un solo uso (más allá de la directiva europea, quieren ir eliminando productos problemáticos), promover envases reutilizables, fomentar la reparación y segunda mano, entre otras. Un ejemplo claro es la iniciativa de responsabilizar a la industria de la moda por los residuos textiles: se espera que grandes marcas como H&M o Zara financien el sistema de recogida y reciclaje de la ropa que venden. Esto introduce un incentivo para que produzcan prendas más duraderas y reciclables, atacando el modelo de “moda rápida” que genera montañas de ropa desechada. Asimismo, organizaciones ambientales suecas proponen metas de consumo sostenible, como que cada persona compre menos de 5 prendas nuevas al año, buscando cambiar la mentalidad de usar y tirar. Todas estas políticas de responsabilidad extendida del productor y cambio de hábitos apuntan a minimizar el volumen de residuos totales, lo que a largo plazo significa menos necesidad de incineradoras.

– Lineamientos climáticos para los residuos: El propio Gobierno y la Agencia de Protección Ambiental de Suecia han lanzado señales claras de que la incineración debe repensarse bajo la óptica climática. En junio de 2025, la Agencia declaró que “para que Suecia cumpla sus metas climáticas, debe reducirse la incineración de plásticos fósiles”. Recomiendan medidas como sustituir plásticos vírgenes por plásticos reciclados o materiales biobasados (que al quemarse no sumen CO₂ fósil) y mejorar la separación para que menos plástico acabe en la basura común. También se está estudiando la introducción de cuotas o cargas de carbono: por ejemplo, la posibilidad de incluir las emisiones de las incineradoras en el Sistema de Comercio de Emisiones de la UE (lo cual encarecería quemar residuos con mucho carbono). Aunque aún no es una realidad, Suecia apoya a nivel europeo esas iniciativas, conscientes de que poner un precio al carbono de la incineración haría más competitivo el reciclaje y la prevención frente a simplemente quemar.

En suma, las políticas suecas están evolucionando rápidamente. Tras años de consolidar la infraestructura de incineración, ahora el péndulo se mueve hacia limitar su uso y priorizar las opciones superiores en la jerarquía de residuos. Pero la transición no ocurre de la noche a la mañana; por ello, paralelamente, se están implementando proyectos e inversiones concretas para adaptar el sistema a esta nueva visión. Los vemos a continuación.

Proyectos y metas recientes para un cambio de enfoque

Para materializar este cambio de rumbo, Suecia ha emprendido diversos proyectos piloto, metas concretas y nuevas regulaciones en el sector de residuos y energía. A continuación, destacamos algunas iniciativas recientes que muestran el camino hacia un modelo menos centrado en la incineración:

• Plantas de clasificación automatizada de residuos: Una novedad importante es la puesta en marcha de instalaciones para separar materiales reciclables de la basura residual antes de incinerarla. En 2024 entró en operación en Estocolmo una planta de clasificación automática de última generación, llamada Resursutvinning Stockholm. Esta planta, desarrollada por la empresa alemana Stadler, puede procesar 50 toneladas de basura mezclada por hora y recupera de forma eficiente orgánicos, plásticos y metales que la gente haya tirado por error en la bolsa de restos. Mediante cintas, sensores ópticos y separadores magnéticos, la instalación detecta, por ejemplo, las bolsas de basura de color verde que contienen desperdicios de comida y las aparta intactas para enviarlas a digestión biológica. También extrae fragmentos de plástico (por tipo y color) y metales ferrosos y no ferrosos del flujo residual. Todo lo que logran separar ya no irá al horno de incineración, reduciendo el volumen incinerado y, por ende, las emisiones de CO₂ asociadas. Esta planta es pionera en Suecia y refuerza el compromiso climático de Estocolmo, que apunta a ser una ciudad líder en economía circular. Su éxito podría replicarse en otras regiones urbanas: la idea es que las incineradoras reciban en el futuro solo residuos realmente no reciclables, porque el resto habrá sido filtrado antes. Tecnologías así demuestran cómo innovación e inversión están alineándose para disminuir la dependencia de la quema.

• Captura y almacenamiento de carbono (CCS) en incineradoras: Con el horizonte de 2045 (Suecia carbono neutral) en mente, varias empresas energéticas están explorando la opción de atrapar el CO₂ de los gases de combustión de las incineradoras en vez de liberarlo a la atmósfera. La planta de residuos de Helsingborg (Öresundskraft) y la de Malmö (SYSAV) han probado unidades piloto de captura de CO₂. Por su parte, Stockholm Exergi, que opera la mayor planta de cogeneración de Estocolmo (que quema biomasa y basura), ha desarrollado un proyecto ambicioso de Bio-CCS: capturar el dióxido de carbono de origen biogénico y fósil que emite su planta, licuarlo y almacenarlo geológicamente bajo el mar del Norte. De hecho, Stockholm Exergi afirma que, capturando alrededor de 800.000 toneladas de CO₂ al año de su planta de residuos, podría convertirse en “carbono negativa” (es decir, extraer del aire más CO₂ del que emite, al remover carbono biológico) en los próximos años. Este proyecto recibió apoyo del Innovation Fund de la UE en 2022 para su escalamiento. La aplicación masiva de CCS en incineradoras permitiría a Suecia seguir aprovechando la energía de los residuos pero sin contribuir al calentamiento global, o incluso mitigándolo. El reto son los altos costos y el hecho de que es una tecnología aún emergente. No obstante, marca un camino claro: descarbonizar la valorización energética es posible y Suecia está apostando por ello.

• Objetivos de reducción de residuos y planes hacia 2030: A nivel de planificación, Suecia actualizó su Plan Nacional de Gestión de Residuos con metas explícitas. Por ejemplo, se plantea reducir a la mitad los residuos alimentarios per cápita para 2030 (alineado con el ODS 12.3), y en general estabilizar o reducir la generación total de residuos municipales a pesar del crecimiento económico. La ciudad de Estocolmo, junto con otras urbes del mundo en la red C40, se adhirió a la iniciativa “Towards Zero Waste Accelerator”, comprometiéndose a disminuir en al menos 50% los residuos municipales enviados a vertedero e incineración para 2030 respecto a 2015, y elevar la tasa de desvío (reciclaje/reutilización) al 70%. Este tipo de compromisos obligan a planificar cierres graduales o reconversiones de incineradoras en la próxima década. Por ahora ninguna planta sueca se ha cerrado (de hecho se inauguró una nueva en 2020 en Boden), pero es posible que no se construyan más y que las existentes deban adaptarse a menores flujos de residuos. Las empresas del sector se preparan diversificando su actividad hacia el reciclaje químico, la producción de biocombustibles a partir de residuos o la generación de hidrógeno con excedentes energéticos, de modo que sus instalaciones sigan siendo útiles en un contexto de menos basura a quemar.

• Regulaciones ambientales más estrictas: Por último, se están endureciendo algunas normas para alinear el sector con objetivos ambientales. Suecia ha apoyado la propuesta de la Comisión Europea de prohibir la destrucción de productos sin vender (por ejemplo, ropa nueva o aparatos que las empresas descartan; en vez de incinerarlos, obligar a donarlos o reciclarlos). También implementó desde 2021 un impuesto a los plásticos de un solo uso (como vasos y recipientes de comida para llevar) para reducir su consumo. Y continúa aplicando un alto impuesto al vertido (hoy equivalente a ~70 € por tonelada) que mantiene los vertederos como última y costosa opción. En resumen, se está cerrando el cerco regulatorio para empujar a que la fracción de residuos que hoy va a incineración se reduzca y sea tratada de forma más ecológica.

Todas estas acciones –tecnológicas, financieras y normativas– indican que Suecia está tomando en serio el cambio de modelo. Sin abandonar de golpe su sistema actual (que le ha servido bien para evitar vertederos), está sentando las bases para una nueva etapa donde incinerar sea el último recurso y no un pilar central. Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo luce el futuro energético de Suecia en este contexto.

Más allá de la quema de residuos: el futuro energético sueco

El panorama futuro sugiere que Suecia continuará su camino hacia la sostenibilidad reduciendo paulatinamente su dependencia en la quema de residuos y reforzando otras fuentes de energía más limpias. Algunos elementos a considerar:

Por un lado, la importancia relativa de la valorización energética de residuos podría disminuir en las próximas décadas. Si las políticas de prevención y reciclaje tienen éxito, el volumen de residuos residuales per cápita debería bajar, y con ello menos material combustible llegará a las plantas. En paralelo, el calentamiento global y los inviernos más templados pueden reducir algo la demanda de calefacción urbana a largo plazo, aunque a corto y medio plazo seguirá siendo alta en Suecia. Las ciudades están explorando alternativas para sus redes de calor: bombas de calor gigantes que aprovechan calor del agua residual o del mar, calor sobrante industrial, biomasa sostenible e incluso energía geotérmica. Todas compiten con la basura como fuente para calderas urbanas. Es previsible que, hacia 2040, una mayor proporción del calor provenga de electricidad renovable (bombas de calor) y biocombustibles neutros, relegando a los residuos a un rol complementario.

Asimismo, Suecia avanza a paso firme en energías renovables para su sistema eléctrico. El país ya obtiene alrededor del 80% de su electricidad de fuentes libres de fósiles (hidroeléctrica, nuclear, eólica) y apunta a electricidad 100% libre de fósiles para 2040. En este contexto, la contribución de apenas ~2% de la electricidad que proviene de incinerar residuos puede ser sustituida sin mayores problemas por más parques eólicos, solares o quizás nuevas nucleares. De hecho, desde una perspectiva energética pura, Suecia no necesita quemar basura para mantener las luces encendidas – lo hacía principalmente como solución de residuos, no por requerimiento energético. Esto facilita políticamente la transición: a diferencia de países que dependen de la basura para evitar crisis de energía, Suecia puede darse el lujo de priorizar criterios ambientales sobre los energéticos en este tema.

Otro punto a futuro es la implementación a gran escala de la captura de carbono en las incineradoras que sigan activas. Si para 2045 Suecia quiere neutralizar completamente las emisiones de este sector, tiene dos vías: o casi no quema nada de origen fósil (lo cual implicaría haber eliminado los plásticos de la corriente residual para entonces), o captura y almacena el CO₂ emitido. Lo más probable es que se combinen ambas estrategias. Ya hay una hoja de ruta de Avfall Sverige que plantea reducir a la mitad las emisiones fósiles de la incineración al 2030 y a casi cero en 2045. Esto se lograría con mejor separación de plásticos, uso de plásticos biodegradables, y CCS donde haga falta. Para 2045, las plantas que queden operativas podrían estar funcionando prácticamente sin huella de carbono gracias a estas tecnologías. Incluso podrían contribuir a emisiones negativas si queman solo residuos biogénicos con captura (actuando como “sumideros” de carbono artificiales). Es ciencia ficción cercana, pero plausible.

Cabe destacar que Suecia no planea abandonar por completo la incineración – al menos no se ha planteado una prohibición total. Siempre existirán residuos sanitarios, industriales peligrosos o materiales no reciclables que requerirán destrucción segura. La valorización energética seguirá siendo útil para esa “última fracción” irreductible. La diferencia es que en el futuro se espera que sea mucho menor en volumen, altamente controlada en emisiones, y quizás limitada a unas pocas instalaciones estratégicas. Es decir, de ser protagonista pasará a ser una actriz de reparto en el mix energético y de gestión de residuos.

En conclusión, Suecia está escribiendo el siguiente capítulo de su historia con la basura. Tras demostrarle al mundo cómo exprimir energía de los desechos y lograr vertederos casi nulos, ahora quiere demostrar cómo evolucionar hacia un modelo aún más verde, acorde a los desafíos de nuestro tiempo. Este cambio actual de modelo refleja la esencia de la sostenibilidad: ningún sistema es estático. Lo que fue innovador ayer puede requerir mejoras hoy. Suecia supo adelantarse en el pasado con la incineración; hoy, con autocrítica, está ajustando el rumbo hacia más reciclaje, menos emisiones y menos residuos desde la cuna. Seguramente, en unos años, servirá de nuevo como laboratorio de aprendizaje para otros países que buscan ese difícil equilibrio entre aprovechar los recursos, cuidar el planeta y avanzar hacia una economía verdaderamente circular. En el fondo, la meta permanece: que la basura dejen de ser “basura”, ya sea convirtiéndola en energía o, mejor aún, evitándola por completo. Así, Suecia transita de quemar residuos a quemar etapas en pos de un futuro más sostenible.